Imagino

Imagino que estamos solos, en un lugar apartado. En las personas que conocíamos ya no quedan recuerdos de nosotros. No hay expectativas que cumplir.

No hay sensación del tiempo. No hay apuro. No hay agenda.

No sé cuál es la escena previa. No me importa. Me agrada que no me tenga que importar.

Es una habitación sencilla. El sol de la tarde ilumina suavemente. Él está junto al ventanal, y la luz del sol lo envuelve en tonos dorados. Está de pie, mirando no sé a donde, pensando no sé en qué. Está sin su polera.

Me acerco y lo miro a los ojos. Tiene esa mirada de hombre joven, donde aún se advierte el niño que fue. Son sólo 21 años. Me mira de vuelta con ese tinte algo triste que aflora cuando no se ríe.

No sé en lo que piensa, pero muchas veces he notado que aprecia la preocupación que he tenido por él. Con 10 años de diferencia es bastante lo que se puede aportar.

Ha sido una gran tensión por mucho tiempo, pero aquí y ahora nada de eso parece haber existido.

Me acerco de frente y poso mi mano en su hombro. Está algo nervioso, no sabe bien cómo interpretarlo. Su piel es suave, de un moreno dorado y con esa tibieza pura.

Le digo: - Por favor, déjame probar; y pongo mis labios sobre los suyos. Su nariz es gruesa, pero no grotesca, le da personalidad. Su respiración tibia se altera levemente. Sus labios entreabiertos no saben cómo reaccionar. Luego de un momento posados los labios, comienzo a besarlo suavemente, dulcemente. Él permanece de pie, algo inquieto, pero dejándome hacer. Está descubriendo sus sentimientos y no está seguro qué pensar, pero está explorando.

Entonces es él quien comienza a besarme, muy suavemente. Su boca grande, sus labios gruesos, pero con una delicadeza sobrecogedora.

No hay ruido. Ni siquiera vuelan pájaros en el cielo. El sol sigue alumbrando y temperando la habitación.

Ya vamos jugando con nuestras lenguas. Ojos cerrados, pero se abren cada cierto tiempo, para apreciar la expresión de goce en el otro.

Levanta su brazo, delgado, con vello muy fino, y deja ver una axila tierna, pero que refleja la plenitud de su desarrollo sexual. Posa su mano en mi espalda. Se siente tibia y algo húmeda.

Con el torso de mi mano, acaricio su pecho, lampiño aún por su tierna edad. Siente el placer y esboza una sonrisa.

Es como siempre quisiera estar.